12 de julio: Aniversario del nacimiento de Juana Azurduy, flor del Alto Perú
Hace 241 años nacía Juana Azurduy, heroína en las luchas por la independencia.
Juana Azurduy fue una patriota del Alto Perú que luchó en las guerras de independencia hispanoamericanas por la emancipación del Virreinato del Río de la Plata contra la monarquía española y asumió la comandancia de las guerras que conformaron la denominada Republiqueta de La Laguna. Su memoria es honrada en Argentina y en Bolivia.
Nació el 12 de Julio de 1780 en Toroca, una población en el norte de Potosí, ex Virreinato del Rio de la Plata (actualmente Bolivia). Fue una de las mujeres más combatientes que han traspasado el umbral de la fama. Intervino en las campañas del ejército patriota enviado desde Buenos Aires.
La lucha de las mujeres fue fundamental en la guerra gaucha. No solamente eran excelentes espías sino que algunas de ellas, como doña Juana Azurduy de Padilla, comandaban tropas en las vanguardias de las fuerzas patriotas. Esta maravillosa mujer había nacido mientras estallaba y se expandía la rebelión de Túpac Amaru. El amor la llevó a unir su vida a la del comandante Manuel Asencio Padilla.
Felipe Pigna
El sistema de combate y gobierno conocido como el de las “republiquetas” consistía en la formación, en las zonas liberadas, de centros autónomos a cargo de un jefe político–militar. Hubo 102 caudillos que comandaron igual número de republiquetas.
Aunque era mestiza, conocía la cultura indígena de la zona y sabía hablar aymara, lo que explicaba su éxito en esta empresa. Con este ejército rudimentario, la pareja siguió la suerte cambiante de las armas patriotas, causando serios perjuicios a los españoles.
Juana ayudó a crear una milicia de más de 10.000 aborígenes y comandó varios de sus escuadrones. Libró más de treinta combates, siempre a la vanguardia, haciendo uso de un coraje desmedido que se fue haciendo famoso entre las filas enemigas a las que les había arrebatado personalmente más de una bandera y cientos de armas. Su accionar imparable permitió recobrar del dominio español las ciudades de Arequipa, Puno, Cuzco y La Paz.
Durante estas sangrientas campañas los Padilla lo perdieron todo, su casa, su tierra y sus hijos en medio de la lucha. No tenían nada más que su dignidad, su coraje y la firme voluntad revolucionaria. Por eso, cuando estaban en la más absoluta miseria y un jefe español intentó sobornar a su marido, Juana le contestó enfurecida: “La propuesta de dinero y otros intereses sólo debería hacerse a los infames que pelean por su esclavitud, más no a los que defendían su dulce libertad, como él lo haría a sangre y fuego”.
Juana salvó a su marido que había caído prisionero en febrero de 1814 en una operación relámpago que dejó sin rehenes y sin palabras al enemigo.
El 3 de marzo de 1816 Padilla y Juana atacaron al general español La Hera cerca de Villar; allí Juana al frente de treinta jinetes, entre ellos varias amazonas, logró detener a los realistas, quitarles el estandarte, recuperar fusiles y cubrir la retirada de su compañero.
Juana fue una estrecha colaboradora de Güemes y por su coraje fue investida con el grado de teniente coronel de una división explícita llamada “Decididos del Perú”, con derecho al uso de uniforme, según un decreto firmado por el director supremo Pueyrredón el 13 de agosto de 1816 y que hizo efectivo el general Belgrano, quien debía entregarle el sable correspondiente, pero prefirió brindarle el suyo, el que lo había acompañado en Salta y Tucumán y durante el heroico éxodo jujeño.
Tres meses después, en el combate de Villar fue herida por los realistas. Su marido acudió en su rescate y logró liberarla, pero a costa de ser herido de muerte. Era el 14 de septiembre de 1816. Juana se quedaba sin su compañero y el Alto Perú sin uno de sus jefes más valientes y brillantes.
Juana siguió peleando junto a los comandantes Francisco Uriondo, el “moto” Méndez y los hermanos Rojas, para alistarse luego nuevamente en las tropas de Güemes. Cuando el “padre de los pobres” fue asesinado a traición en junio de 1821, decidió volver a su tierra. Estaba en Chuquisaca con su hija Luisa y su nieta Cesárea aquella tarde de noviembre de 1825 cuando al abrir la puerta se encontró nada menos que con el general Simón Bolívar, que quería tener el honor de conocerla. Fue un abrazo profundo, con pocas palabras, estaba todo muy claro pero para el Libertador se hizo necesario decir: “esta república, en lugar de hacer referencia a mi apellido, debería llevar el de los Padilla”.
Pero más allá de los halagos, Juana seguía en la miseria y no recibía ni la pensión que le correspondía ni los sueldos adeudados por su rango de coronela. Fiel a su historia, tomó la pluma y escribió:
“Sólo el sagrado amor a la patria me ha hecho soportable la pérdida de un marido sobre cuya tumba había jurado vengar su muerte y seguir su ejemplo; mas el cielo que señala ya el término de los tiranos, quiso regresase a mi casa donde he encontrado disipados mis intereses y agotados todos los medios que pudieran proporcionar mi subsistencia; en fin rodeada de una hija que no tiene más patrimonio que las lágrimas.”
Juana Azurduy
Bolívar le concedió a la heroica luchadora una pensión vitalicia de 60 pesos, que fue aumentada por el presidente de Bolivia, Mariscal Sucre, pero que Juana cobraba cada tanto hasta que dejó de cobrarla cuando la burocracia le ganó una de las pocas batallas que perdió en su vida.
Luego de la proclamación de la independencia de Bolivia, la Coronela intentó recuperar sus tierras, sin lograrlo, y murió en la miseria el 25 de mayo de 1862, a los 81 años en la provincia argentina de Jujuy. Fue enterrada en una fosa común.
Cien años más tarde, sus restos fueron exhumados y trasladados a un mausoleo construido en en la ciudad de Sucre, Bolivia, y en 2009 fue ascendida a Generala del Ejército argentino y mariscal de la república boliviana.
Fuente: Ministerio de Cultura de la Nación / elhistoriador.com.ar