Historia en las calles de Villa Ortúzar: ¿Quién fue Mariano Acha?
Hay calles con nombres que nos resultan tan familiares y comunes que, a veces, olvidamos su origen y por qué su reconocimiento. Hoy veremos brevemente la historia de Mariano Acha.
La calle Mariano Acha recorre en sentido sur a norte el barrio de Villa Ortúzar, nace prácticamente en la puerta del Hospital Tornú, que se encuentra al otro lado del límite con Parque Chas.
Su nombre actual fue establecido en 1893, hasta ese año su denominación en el breve tramo entre Álvarez Thomas y La Pampa, era Capitolio. De esta forma, con la extensión de la calle a partir del nuevo trazado de Villa Ortúzar a fines del siglo XIX, Mariano Acha ocupó más cuadras en el barrio.
El General Acha es un personaje poco conocido de nuestra historia nacional, siendo parte de esas personalidades grises que bordean lo trágico y lo heroico en las cuantiosas batallas entre unitarios y federales. Aunque su papel fue secundario en el comando de la fuerza unitaria a la que perteneció, Acha participó de hechos que torcieron el rumbo de los acontecimientos y que la historia liberal mitrista de fines del siglo XIX ponderó para reconocerlo como personaje histórico.
¿De qué hechos fue protagonista?
Mariano Acha nació en Buenos Aires en 1799 y se incorporó de muy joven a las fuerzas militares patriotas, siempre se reconoció como hombre de la causa del gobierno central instaurado en la ciudad porteña, es decir, del Directorio creado desde 1814. Su ascenso de alférez a oficial en el Regimiento de Dragones sólo consolidó su pertenencia a las ideas que defendían la preponderancia de Buenos Aires en la organización nacional.
Fue parte de la batalla de Cepeda del 1 febrero de 1820 en lo que puede considerarse su primera intervención de importancia en la larga historia de las guerras civiles argentinas. Cepeda fue una rotunda victoria federal encabezada por los gobernadores Ramírez de Entre Ríos y López de Santa Fe. Y fue una dura derrota para la fuerza unitaria a la que adhirió Mariano Acha, que implicó la renuncia de Rondeau como Director Supremo y la casi inmediata disolución del poder ejecutivo central y del Congreso.
Del resultado de Cepeda surgió el Tratado de Pilar firmado a fines de febrero de 1820, por el cual las provincias acordaron una paz (muy) transitoria en base a la idea de unidad nacional pero con un sistema federal que, en los hechos, significó la total autonomía de las provincias sin quedar supeditadas a un poder central. Aunque se estableció un sistema de solidaridad ante ataques externos y la libre circulación de los ríos interiores para las provincias, lo cierto es que a partir del Tratado se inició un período de inestabilidad y violencia interna en la puja entre las dos facciones que quedaron conformadas: los unitarios y los federales.
En este contexto, Acha fue partícipe del segundo acontecimiento que lo tuvo como protagonista secundario, hablamos del fusilamiento de Manuel Dorrego en 1828. En ese entonces, Dorrego era gobernador de Buenos Aires. Su simpatía por las ideas federales y sus reformas populares habían generado una gran animosidad entre los unitarios.
El 1 de diciembre de 1828 Dorrego fue víctima de una conspiración militar encabezada por el General Lavalle y articulada por Valentín Alsina, Álvarez Thomas, Salvador María del Carril, el General Paz entre otros. El alzamiento incitó el retiro del gobernador hacia las afueras de la ciudad y el posterior enfrentamiento entre su fuerza y las tropas de Lavalle en Navarro. La victoria de Lavalle provocó la huída de Dorrego hacia el norte bonaerense y es allí donde apareció el trágico papel de Acha.
Dorrego se refugió en Salto en el campamento de su subordinado, el Coronel Pacheco, quien a sus órdenes tenía al oficial Mariano Acha, su segundo mando. En un acto de traición a sus superiores y siguiendo sus convicciones unitarias, el mayor Acha junto al comandante Bernardino Escribano actuaron por sorpresa y tomaron prisioneros a Pacheco y a Dorrego el 10 de diciembre de 1828 para posteriormente entregarlos al General Lavalle. Lo que siguió a continuación fue historia.
Luego de estos hechos, Acha tuvo un camino errante en la historia nacional. Fue oficial de frontera y luchó contra los pueblos aborígenes, siendo testigo en 1829 de la terrible muerte del Coronel Rauch perpetrada por la indiada en venganza de los crudos tratos del prusiano unitario.
Más tarde combatió a las órdenes del General Paz en Córdoba, en defensa de la Liga del Interior (Córdoba, provincias del Cuyo y Noroeste) que paradójicamente propugnaba los intereses unitarios contra la Liga Federal (Litoral y caudillos opositores del Interior). Acha tuvo nuevamente un rol secundario participando en varias derrotas militares que, junto con la caída de Paz en Córdoba, lo llevaron al exilio en tierras bolivianas durante la década de 1830.
En 1841 Mariano Acha volvería a tener protagonismo en las batallas internas que desgarraban a la Nación, las cuales serían el telón de fondo de su triste final. Un año antes, en su vuelta a territorio argentino, se había unido en Tucumán a la Coalición del Norte, alianza unitaria contra el gobernador bonaerense y federal Juan Manuel de Rosas.
Bajo esta coalición y junto a camaradas de armas como Lavalle y Lamadrid, emprendió la invasión a distintas provincias de color federal, como Santiago del Estero y Catamarca.
A pesar de tener más derrotas que éxitos militares, Acha no se dio por vencido y siguió organizando embates contra los bastiones federales. Es así que logró un triunfo resonante en la batalla de Angaco en San Juan, debido a ganarla con menos hombres que su enemigo, un uso tremendamente eficaz de la artillería, y por la mayor cantidad de muertes producidas en una batalla entre unitarios y federales, casi 1200 fallecidos.
Sin embargo, tres días después, sufrió la derrota final en la batalla de La Chacarilla a manos del gobernador federal Nazario Benavides. Aunque Acha fue tomado prisionero y enviado al emisario de Rosas, nunca llegó ya que en el camino, sin orden aparente, fue degollado y puesta su cabeza en una tacuará cerca de la Posta de la Cabra en San Luis. Su trágica muerte no invalidó su reconocimiento en una calle de Villa Ortúzar.